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  • Foto del escritorRevista Jurídica U de San Andrés

Ideas sobre la enseñanza del derecho en el contexto actual

Por Nicolás Eliaschev*


Necesitamos más optimistas en la profesión legal. Ese es el título y el comienzo de un artículo publicado en la web de la New York State Bar Association en enero de este año.[1]

Allí se argumenta que a los abogados se les enseña a prever el peor escenario posible al momento de solucionar los problemas de los clientes y que, de esa forma, las Facultades de Derecho enseñan a los futuros profesionales a ser pesimistas y a abrazar la negatividad.


En el contexto de la pandemia global y de estadísticas que muestran una alta insatisfacción con el ejercicio profesional, la publicación llama a adoptar un enfoque distinto que enseñe a los futuros profesionales habilidades para desarrollar resiliencia y lidiar con el estrés, así como redescubrir aquello que los atrajo originalmente a la profesión.


El artículo se basa en la creciente orientación que afirma que profesionalismo y satisfacción personal están íntimamente ligados.[2]


La Argentina, obviamente, no es ajena a la pandemia global. Las recurrentes crisis económicas que enfrentamos pueden reforzar la sensación de desazón causada por motivos sanitarios y socioeconómicos. Esta combinación de circunstancias, el entrenamiento clásico con foco en el conflicto adquirido en las aulas y una pedagogía excesivamente centrada en la crítica como valor absoluto, puede contribuir a lo que la publicación de la New York State Bar Association señala como pesimismo, estrés y negatividad en la profesión.

Me parece entonces que la enseñanza del derecho en el contexto argentino también merece una reflexión en el mismo sentido.


Como punto de partida planteo, a continuación, propuestas que, a riesgo de ser simplificaciones, buscan hacerse eco de un debate existente y necesario, aportando una visión superadora:


1) Animarse a pensar los problemas legales y de nuestro país de un modo optimista (pero no ingenuo) que se aleje de un pesimismo cuya consecuencia es generalmente el cinismo. No es un optimismo bobo o negacionismo, sino optimismo en la acepción literal de la palabra: propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.[3]


2) El corolario de lo anterior es generar un conocimiento que sea positivo y propositivo, y no meramente negativo o crítico, de forma tal de evitar o prevenir el escenario de conflicto continuo.


3) La crítica de la realidad siempre es bienvenida, como diagnóstico y punto de partida: si no se conocen los problemas, mal pueden plantearse las soluciones, pero son estas últimas las que muchas veces están ausentes en la enseñanza y en las que propongo trabajar para pasar de la pedagogía de la crítica a la pedagogía de las soluciones.


4) Está claro que no todos los problemas tienen una solución única y definitiva, antes bien, lo contrario. En tal caso, la enseñanza debe proporcionar herramientas para conocer los problemas, convivir con ellos, así como prever o mitigar sus consecuencias.


5) Lo anterior se refuerza si se complementan los enfoques generalistas clásicos volcados al conflicto con aportes que hagan al foco específico de las cuestiones, incluyendo, por ejemplo, el impacto económico de las decisiones jurídicas, ya sea legales, regulatorias o judiciales.


6) De la mano de todo lo anterior debe seguir una revalorización de nuestra profesión y, específicamente, del trabajo que hacemos quienes tenemos la suerte de tener una ocupación. Se trata de reivindicar la abogacía como una disciplina capaz de contribuir a la solución o administración de problemas concretos y complejos a la vez de modo proactivo, creativo y positivo. Ello implica pasar del “no se puede” a pensar las condiciones en las que “sí se puede”. Es decir, los términos y condiciones legales bajo los cuales sí podría concretarse un determinado proyecto o transacción, filosofía que en la jerga corporativa se conoce como “pro-deal”.


7) Es evidente que la realidad de nuestro país no es ajena a la profesión ni mucho menos a su enseñanza ni ejercicio. Permea en muchos campos una sensación de pesimismo y de falta de salida (o de que la única salida es Ezeiza), así como también de que todo tiempo pasado fue mejor. Así las cosas, para muchos colegas y futuros colegas pareciera que las situaciones ideales están afuera o en el pasado. Propongo otra visión de las cosas. El mundo globalizado tiene problemas generalizados y, en ese marco, son muchos países los que enfrentan desafíos de todo tipo. Esto es más cierto que nunca en el contexto de la pandemia global en el que a diario se observa cómo en muchos lugares hay marchas y contramarchas de todo tipo con medidas de aislamiento y prevención, las llamadas olas de contagio y sus consecuencias sanitarias y económicas. Debemos dejar de pensar siempre que somos los peores y los irrecuperables, sin caer en la complacencia, el conformismo o el nacionalismo. Sin dudas, el país tiene problemas graves y eso se traduce en sufrimientos concretos de una mayoría, pero eso no significa que esos problemas sean únicos en el mundo ni los peores de todos. Idealizar un pasado mítico tampoco pareciera tener asidero. En 2023, la Argentina cumplirá cuarenta años de instituciones democráticas ininterrumpidas. Todos podemos apuntar un sinnúmero de déficits y cuentas pendientes, problemas institucionales, económicos y sociales de todo tipo, pero, ¿cuántos años de democracia irrestricta hubo en los cuarenta años anteriores a 1983? La revalorización del “Aquí y Ahora”, tal como lo canta Gustavo Cerati, está íntimamente relacionada con una profesión ejercida con más apego a la satisfacción personal.


8) Además de pensar que la Argentina es el peor país de todos y que el pasado siempre fue mejor, hay una tendencia a pensar que cada momento del presente es apocalíptico y terminal, que a cada paso se viene el abismo y que todos los episodios de la coyuntura tienen una gravedad institucional irreversible. Frente a esta suerte de catastrofismo, propongo enseñar el ejercicio de la prudencia y de la perspectiva histórica, evitando, asimismo, caer en el otro extremo, que sería el del relativismo y la minimización de problemas que son evidentes.


9) La llamada grieta o polarización extrema[4] también es omnipresente e influye en la enseñanza y ejercicio del derecho. Abogar es convencer y convencer es escuchar a quienes piensan distinto y hablar con ellos. Pensar diferente no es ser enemigos, en muchos casos es hasta saludable y signo de una sociedad democrática. Por lo demás, los abogados representamos derechos e intereses de terceros con posiciones que no necesariamente son las personales. El ejercicio de la profesión reclama entonces escuchar, escuchar al cliente, a la contraparte, al funcionario y al juez. Escuchar y ponerse en el lugar de otros es algo que se debe enseñar y que no solo aporta a la profesión, sino a un debate civilizado de las inevitables diferencias. La empatía y la compasión, que muchas veces brillan por su ausencia, son virtudes clave. Todas las posturas son respetables y recuperar esta idea básica a partir de ponerse en el lugar de quien no piense como uno, ya sea en el contexto de una situación legal como de la situación política general, es contribuir a superar una polarización extrema que dificulta el progreso para pasar a una discusión respetuosa y constructiva.


10) Todo lo anterior va en la línea con asumir una responsabilidad social que entiendo que tenemos aquellos que trabajamos en la profesión: evitar la cultura de la queja permanente sin propuestas y el descorazonamiento de quienes son más jóvenes que nosotros y se están formando para ocupar nuestro lugar el día de mañana. Tenemos la responsabilidad social de ser constructivos.


En resumen, se trata de aportar por la positiva, para pensar de nuevo cómo ejercemos y enseñamos el derecho en búsqueda de su revalorización y de una mayor satisfacción personal, así como de una contribución desde este lugar a mejorar nuestro país.


 

*Abogado por la Universidad de Buenos Aires (1998), MSc Public Policy por la London School of Economics (2003). Profesor en la Escuela de Derecho de la Universidad de San Andrés en las materias Derecho Administrativo y Derecho de la Regulación y de la Inversión. Profesor de Derecho de la Energía en la Maestría Interdisciplinaria de Energía de la Universidad de Buenos Aires. En el ámbito profesional se desempeña como socio del Estudio Tavarone, Rovelli, Salim & Miani a cargo de las áreas de Derecho Administrativo y Energía [1] Brando Vogel, We Need More Optimists in the Legal Profession. Disponible en: https://nysba.org/an-unhappy-lawyer-will-never-be-a-good-lawyer-how-embracing-optimism-can-improve-job-performance-and-satisfaction/. [2] Ver, por ejemplo, Lawrence S. Krieger, The Inseparability of Professionalism and Personal Satisfaction: Perspectives on Values, Integrity and Happiness, CLINICAL L. REV. 425 (2005). Disponible en: https://ir.law.fsu.edu/articles/97/, citado en el artículo antes mencionado. [3] “Optimismo”, Real Academia Española, modificado por última vez en 2020. Disponible en: https://dle.rae.es/optimismo [4] No es un fenómeno exclusivamente argentino. Ver, en tal sentido, la excelente explicación de Cass Sunstein en Going to Extremes: How Like Minds Unite and Divide, New York, Oxford University Press, 2009.

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