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  • Foto del escritorRevista Jurídica U de San Andrés

Sobre lo que comemos: ¿información es poder?

Por María Florencia Lacapmesure*


La alimentación inadecuada es una de las principales causas de las enfermedades crónicas no transmisibles.[1] Esta epidemia obedece principalmente a factores socioambientales y culturales, patrones de consumo y al surgimiento de nuevos estilos de vida, tales como el creciente consumo de productos de bajo valor nutricional y alto contenido de azúcar, grasas y sal.[2] En la actualidad, nuestra alimentación diaria se encuentra sometida a un mercado particular en el que la interacción entre consumidor y proveedor profesional está marcada por la asimetría de poder. En la Argentina, la información sobre la calidad de un alimento envasado se presenta en formato de “pilas” y tablas que indican los valores numéricos de algunos de los nutrientes. La información, desplegada en números y en letras de tamaños ilegibles, es incomprensible para la mayoría de los consumidores, lo cual viola el deber de brindar información de forma cierta, clara y detallada al consumidor (art. 4 de la Ley de Defensa del Consumidor).


En este marco, el Congreso está debatiendo un proyecto de Ley de Etiquetado Frontal de Alimentos, que ya cuenta con media sanción del Senado.[3] La propuesta, inspirada en la legislación chilena, busca asegurar el cumplimiento del deber de información en el mercado alimentario. Específicamente, consiste en la obligación de mostrar en el frente del producto un “sello de advertencia” negro cuando contiene excesivos niveles de grasas saturadas, grasas totales, azúcares, sodio y calorías.


Ahora bien, ¿mayor información es suficiente para hablar de un “consumidor soberano”? Frente a esta pregunta, el estudio del Derecho del Consumo, desde la perspectiva del Behavioral Law and Economics, puede echar luz sobre el contexto y el modo en que tomamos decisiones sobre lo que comemos, con el fin de pensar en una política pública de alimentación saludable.


La visión clásica del Derecho de Consumo ha adoptado el modelo del consumidor racional para justificar el deber de información por parte del proveedor profesional cuando existe una relación de consumo. En otras palabras, se lo considera un actor que procesa la información disponible dentro del mercado de manera que su cálculo de costos y beneficios arroja el resultado óptimo. Sin embargo, según los estudios empíricos sobre el comportamiento humano, la idea del agente racional dista de la realidad. Daniel Kahneman sostuvo que, a la hora de tomar decisiones, las personas tenemos una racionalidad limitada, dado el alto costo de procesar toda la información que recibe nuestro cerebro y, en gran parte, a limitaciones cognitivas. Así, apelamos a atajos, reglas y la heurística para tomar la mayoría de nuestras decisiones cotidianas, especialmente, nuestras decisiones de consumo.[4]

Al mismo tiempo, del otro lado del mostrador, nos encontramos con proveedores profesionales que, en un mercado competitivo, han estudiado minuciosamente estas debilidades cognitivas para vender sus productos.[5] Vemos que las góndolas de los supermercados presentan todos sus productos ordenados de forma estratégica, en packaging coloridos y llamativos. A su vez, las nuevas técnicas de conservación permitieron que las empresas puedan vender no solo un producto, sino también tiempo: comprar alimentos ultraprocesados, listos para consumir, implica comprar tiempo. El valor de la inmediatez se encuentra anclado en estos productos.


Paralelamente, la irrupción del fenómeno de los alimentos “light”, “zero” o “diet”, destinado a aquellos que buscan evitar este mercado poco saludable, no es casual. Este tipo de productos tan solo tiene reducido un porcentaje de un ingrediente en relación con el producto “común”. Así, la elección de una alimentación “light” confiere un “sesgo de ilusión de control”. Al otorgar la impresión de que pueden elegir una opción aparentemente más sana, se ve exacerbada la subestimación que los consumidores tienen sobre los riesgos para su salud.[6]


Asimismo, el mercado de la alimentación tiene un componente adicional: ofrece productos adictivos. Los productos con alto contenido de hidratos de carbono, grasas y sodio estimulan el circuito de recompensas del cerebro, aquel sistema que se activa con los actos que producen placer.[7] Se trata de un mecanismo adaptativo que nos permitió la supervivencia en contextos de escasez de alimentos, como en el origen de la especie humana. Sin embargo, hoy, en contextos de abundancia de alimentos –pese a no estar al alcance de todos–, la activación de este mecanismo puede provocar enfermedades asociadas al sobrepeso.[8]

Por supuesto que los hidratos de carbono, las grasas y el sodio son nutrientes esenciales para el funcionamiento de las células de nuestro cuerpo. Sin embargo, los ultraprocesados contienen niveles excesivos, de modo que su consumo diario puede generar un grave peligro para nuestra salud. De esta forma, en términos de Bar-Gill, en estos productos es posible identificar un “costo oculto”. Es decir, la dimensión no destacada del precio genera que los consumidores subestimemos los costos asociados al producto que compramos, especialmente, los efectos en nuestra salud a largo plazo.[9] Más aun, es un contexto en el que opera el llamado “sesgo de exceso de confianza”, esto es, la tendencia a pensar que los riesgos comprobados que implica una alimentación poco saludable no serán aplicables a nosotros.[10]


Este análisis sobre el contexto en el que los consumidores toman decisiones sobre su alimentación permite pensar a este mercado como un actor poderosamente activo. En palabras de Akerlof y Shiller, el libre mercado no solo permite la libre elección de los consumidores, sino también la libre manipulación de sus decisiones, explotando nuestros puntos más débiles: el valor del tiempo, la potencialidad adictiva de los alimentos altos en grasas, sodio y azúcar, y el sesgo del exceso de confianza.[11] Estas dinámicas del mercado de los alimentos se valen de los sesgos cognitivos de los consumidores, con la finalidad última de maximizar las ganancias. Entonces, al asumir la idea de manipulación en el mercado, es posible comprender que los productores tienen una alta capacidad para influir sobre las preferencias de los consumidores (e, incluso, para crearlas).


En este sentido, sería erróneo sostener que el proveedor tiene un rol pasivo a la hora de mostrar la información sobre su producto. Existen grandes incentivos para que se destaque la información atractiva al consumidor medio y se oculten los riesgos que importa su consumo. Es aquí donde un etiquetado claro que advierta sobre su verdadera composición otorga una respuesta a la falta de información acerca de lo que comemos.

No obstante, una política pública que descanse únicamente en herramientas informacionales solo puede brindar una respuesta parcializada a la epidemia de la obesidad y otras enfermedades. En efecto, el potencial adictivo de los productos ultraprocesados demuestra que no es claro que el enfoque informacional por sí solo pueda garantizar la autonomía de las decisiones sobre nuestros hábitos de alimentación. Existe una delgada línea que separa al hábito de la adicción. Miremos, si no, cómo se comporta el mercado tabacalero, en relación con la publicidad implementada sobre los efectos dañinos del cigarrillo.

Por ello, la regulación no debe limitarse exclusivamente a la faz informativa en la relación de consumo. El rol del Derecho debe ser eliminar las barreras que impidan tomar decisiones no solo informadas, sino también soberanas. La Ley de Etiquetado de Alimentos es una herramienta adecuada para informar de manera clara y precisa sobre lo que comemos. Ver la radiografía del producto que consumimos es necesario para tomar decisiones informadas, pero no suficiente para garantizar la autonomía en la elección sobre nuestro estilo de vida.



 

* Estudiante tesista de la carrera de Abogacía de la Universidad de San Andrés. Este artículo fue escrito sobre la base de un trabajo realizado en la materia de Derecho del Consumo y Economía del Comportamiento.


[1] Según la Fundación Interamericana del Corazón, estas enfermedades –entre las que se incluyen las enfermedades cardio y cerebrovasculares, la diabetes, el cáncer y las enfermedades respiratorias– constituyen la causa de muerte de 35 millones de personas cada año a nivel global. “Alimentación”, Fundación Interamericana del Corazón, https://www.ficargentina.org/informacion/alimentacion/


[2] “Alimentación”, Fundación Interamericana del Corazón.


[3] Proyecto de Ley sobre Sistema de Etiquetado Frontal de Alimentos. Disponible en : https://www.senado.gob.ar/parlamentario/comisiones/verExp/1334.20/S/PL


[4] Kahneman, Daniel, Thinking, fast and slow (Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2011).


[5] Martínez Alles, Guadalupe, “La regulación de los estereotipos de género en la publicidad: el rol de la persuasión en el refuerzo de la desigualdad”, Latin American Legal Studies 5 (2019).


[6] El concepto de la ilusión de control puede verse desarrollado por Hanson y Kysar en relación con el consumo de tabaco, en Hanson, J. D. y Kysar, D. A., “The joint failure of economic theory and legal regulation”, pp. 229-76.


[7] Avena N. M., Rada P. y Hoebel, B. G. “Evidence for sugar addiction: behavioral and neurochemical effects of intermittent, excessive sugar intake”, Neuroscience & Biobehavioral Reviews 32, no. 1 (2008): pp. 20-39. Tekol Yalcin “Salt addiction: A different kind of drug addiction”, Medical hypotheses 67, no. 5 (2006): pp. 1233-1234.


[8] Manes, Facundo, Usar el cerebro (Buenos Aires: Planeta, 2015), pp. 302-311.


[9] Bar-Gill Oren, “Consumer transactions” en The Oxford Handbook of Behavioral Economics and the Law (Nueva York: Oxford University Press, 2014), pp. 465-490.


[10] Hanson, J. D. y Kysar, D. A., “The joint failure of economic theory and legal regulation” en Smoking: risk, perception, and policy, ed. Slovic Paul (Thousand Oaks: Sage Publications, 2001), pp. 229-76.


[11] Akerlof, George A. y Shiller, Robert J, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception (Princeton: Princeton University Press, 2015).

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